NOVEDAD EDITORIAL DE BARDO: La ciencia socialista, religión de intelectuales, de Jan Vaclav Majaiski.

Bardo ediciones | Diciembre 2010 | Barcelona | 92 pág. | 4.00 euros | www.bardoediciones.net

En 1938, Pravda (publicación oficial del Partido Comunista Soviético) publicaba su “Curso breve de historia del Partido Comunista de la Unión Soviética”. La función de este curso era legitimar la naturaleza del partido bolchevique bajo Stalin, falsificar la historia de la Rusia revolucionaria y así allanar el camino de la política de la represión, las purgas, el asesinato y la delación. Venía acompañado de un texto en el que se enfatizaba el rol de la intelligentsia en la construcción de la sociedad soviética. Allí se condenaba implacablemente la Majayvshchtina, creencia que consideraba a los intelectuales como una raza extraña de hombres egoístas que no tenían nada en común con los trabajadores o los campesinos. Esta actitud hostil hacia la intelligentsia, declaraba el texto, era “salvaje, gamberra, y peligrosa para el Estado Soviético”.

Algunos lectores del Pravda, asombrados por la extraña expresión Majayvshchtina, escribieron a los editores pidiendo aclaraciones. Pravda replicó que Majayvshchtina era una cruda teoría que difamaba a la intelligentsia, etiquetándolos como los nuevos explotadores de trabajadores y campesinos; sus adherentes eran “extranjeros, degenerados, y enemigos”, cuyo eslogan era “Abajo la intelligentsia”.

Doce años antes, en Pravda Nº50 (1926), se dedicaba un artículo a un tal Jan Vaclav Majaiski con motivo de su muerte. Allí se presentaban sus ideas como “una teoría anarquista pequeñoburguesa”, la “vanguardia de los desempleados, de los miserables e incluso de los golfos.”

Pero, ¿quién era, en efecto, Majaiski y qué era la Majayvshchtina?

Empezemos con un pequeño esbozo biográfico: Jan Vaclav Majaiski (1866-1926) nace en Polonia, y abraza pronto la causa del internacionalismo proletario, bebiendo tanto del anarquismo como del marxismo. En 1892 es arrestado por distribuir propaganda revolucionaria en el marco de una huelga general, y después de casi una docena de años de prisión y destierro en Siberia, en 1903, se escapa a Europa occidental. Volverá a Rusia ante el estallido revolucionario de 1905. Célebre en la época por su obra El trabajador intelectual (1905), Majaiski provocó una pequeña sacudida que no dejó a nadie indiferente.

La tesis principal de este texto es que el desarrollo de la industria capitalista había generado un nuevo estrato de clase, la intelectualidad, que cumple una función muy específica en el proceso de producción. Esta clase, de “cuellos blancos”, se encuentra a medio camino entre el trabajador manual y la burguesía dueña de los medios de producción. Detenta el monopolio del saber y organiza la producción. Y no sólo eso, sino que además se sirve de las energías revolucionarias de los obreros para conseguir sus propios intereses de clase. Es una clase parasitaria que utiliza la ideología para manipular a los obreros. Esta ideología, que “adormece y engaña a los obreros”, no es otra que la doctrina socialista, producida por los propios intelectuales. Majaiski lo dice alto y claro: El socialismo no es la rebelión de los esclavos contra la sociedad que los despoja: son las quejas del intelectual humillado que está comenzando a tener parte del control y le disputa al patrón sus beneficios, extraídos de la explotación de los obreros.

Además de sus ideas sobre el papel de los intelectuales en la revolución y la producción del conocimiento en la sociedad capitalista avanzada, Majaiski atacó la creencia, compartida por todos los socialistas de la época (desde los anarquistas hasta los socialdemócratas), de que la apropiación de los modos de producción debería ser el pilar básico para acabar con el régimen de esclavitud en el que estaba sumido el proletariado ruso. Según Majaiski, el capitalismo no se acabaría simplemente con un cambio en la gestión de las fábricas, con que la producción pasara de las manos de la burguesía a las del proletariado. Para acabar con la esclavitud del régimen capitalista -como la historia verificó más adelante, especialmente con el ejemplo ruso- se necesitan romper muchas otras cadenas. Majaiski supo ver que el enemigo del proletariado se encontraba en sus propias filas.

Para superar esto, abogaba por la “conspiración obrera”, organizada por los propios trabajadores y no por ninguna casta de iluminados que les explicara cómo debía ser el camino hacia la revolución. Los obreros debían crear sus propios métodos, aprendidos al calor de las luchas: …la única vía libre de todos los compromisos con la legalidad burguesa, es la de la conspiración clandestina con miras a transformar las huelgas obreras frecuentes y violentas en una insurrección, en una revolución obrera mundial. Esta vía se encuentra totalmente fuera de los límites de la enseñanza socialista actual.

Gran parte de las teorías de Majaiski se confirmaron con la toma del poder por parte los bolcheviques en 1917. En “La revolución obrera”, texto que escribe unos meses después del octubre rojo, con una amarga lucidez, Majaiski expone de manera bestial la naturaleza de la joven dictadura del proletariado: Bajo la dictadura bolchevique, el socialismo no cesa de ser el canto de sirenas que arrastra a las masas a la lucha por la regeneración de la patria burguesa.

Para acabar, y respondiendo a nuestra pregunta inicial, Majayvshchtina es el nombre que se dio a los seguidores de las ideas que acabamos de esbozar. Seguidores que no eran muy numerosos, pues lo radical de las críticas de Majaiski no lo convirtieron en un personaje muy popular.

Lo realmente interesante de Majaiski no son tanto las respuestas que da, sino las preguntas que plantea. Aquí radica su lucidez y su visión premonitora de muchos de los temas que serán ampliamente debatidos durante todo el siglo XX en el seno del movimiento revolucionario: la relación entre conocimiento y poder, el papel de la ideología, la autoorganización y la autonomía de clase, la creencia fiel en el desarrollo de las fuerzas productivas (y, por ende, los límites del crecimiento económico), etcétera.

Sin duda, Majaiski y su crítica fueron relegadas intencionadamente a los pies de página de la historia de la Rusia revolucionaria, pero su nombre irrumpe periódicamente como un fantasma que no deja en paz a sus enterradores.

Bardo ediciones, 2010.

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