Saliendo del laberinto de seguridades bajo el suelo, emergemos de las catacumbas de hormigón y cámaras de vigilancia. El enjambre armado rodea el chaleco amarillo que llevo puesto. El resto de carceleros situados al interior del monumento a su justicia, aquellos que transitan, enumeran y papelean a la carne fresca de presidio, solo reaccionan con insultos y burlas…2 carros del equipo de traslado y decenas de agentes.
El camino fue más breve, directo al carro de transporte y su bóveda blindada para los presos. No alcanza a cerrarse la puerta a mi espalda cuando el encargado del operativo aparece, me llama por el nombre y con entusiasmo dice: “Ahora vamos para la calle, cualquier movimiento o cosa rara que vea nos agarramos a tiros, va a caer gente de ambos lados pero tú no sales vivo de acá”. No fue una “amenaza”, no en el sentido clásico, sino que más bien fue un reconocimiento sin maquillaje del funcionamiento del Estado, de cómo se trata y traslada a un rehén. Las cosas claras, la democracia funciona con pistolas automáticas, escopetas, subametralladoras, esposas y control, el resto es maquillaje o palabrería para ingenuos.
El traslado fue breve, tras el doble vidrio y la doble reja vi la calle, vi el mundo, su mundo de normalidades, indiferencias, apatías e imágenes, pero también esa realidad de pastos, arboles, perros vagos, muros pintados, distancias, parejas, niños y grupos de amigos. Las exquisitas ironías de la vida y la represión hacen que desde la bóveda blindada donde voy solo yo y el asfixiante calor se encuentre una poesía en una postal del museo de la memoria y los D.D.H.H.
Pero en Noviembre de 1990 la historia fue distinta, estaba en mi memoria e indudablemente en el de los uniformes. Ariel Antonioletti deja de ser el numero siguiente en la cuenta al próximo día. Una tormenta de ráfagas, seguridades, carreras y sorpresas irrumpen en la sección de oftalmología del hospital Sotero del Rio y hacen que Ariel sea rescatado de los carceleros. Al día siguiente un certero tiro termina con el “prófugo” disparado por un policía, un colaborador, un ministro y una sociedad adormecida por lo que se les presentaba como el mejor de los mundos posibles: La transición democrática de explotación y olvido.
Llegamos al lugar de destino: el edificio fue evacuado y revisado, las armas bailaban, se intercambiaban, lucían y sonaban por todas partes, se sincronizaban y estorbaban. Los transmisores comenzaron a describir a una mujer, su ropa, accesorios, ubicación, postura. Les parecía sospechosa, el llamado era a estar atentos y que todos la identificaran, luego alguno señalo que aquella mujer era “la madre de la clave”, en ese momento entendí que yo era “la clave” y que mi viejita me estaba acompañando.
Luego una consulta con más armas que medicamentos, más tiros que recetas, más “seguridades” que utensilios médicos..de pronto el edificio se transformó en un campo de batalla (o entrenamiento), se cubrían las habitaciones, las puertas, se parapetaban en las escaleras y ascensores, se pasaba tiro en cada viraje, se miraba, se alertaban, se sacaba el seguro y se cubrían las ventanas (ventanas que se aprecian de llamarse así, ósea ventanas sin rejas ni blindajes).
La salida rápida y operativa , los guardianes armados destacaban por su “profesionalismo” en la represión, directo al carro y emprender camino de vuelta a los almacenes de seres humanos…y ahí en una fracción de segundo vi su silueta mirando nuestro fugaz avance, ella con su presencia y mirada buscaba aplacar la campaña del terror de los poderosos.
El resultado del día confirmo que no presento problemas algunos para escuchar las felicitaciones entre los poderosos, el cerrojo de los candados, las risas de los uniformados por las miserias de los oprimidos, los anuncios de más policías y cárceles, ósea escucho nítidamente las sentencias mediáticas contra compañeros, la criminalización de la pobreza y la estupidez sistematizada en sus programas de Tv.
Principios de Mayo 2011
Felipe Guerra
Prisionero político antiautoritario
Modulo J- C.A.S