En memoria del Punki Mauri
“El día aparece lento sobre las tumbas, mis tumbas, ya no hay nada más que decir, nada más que relatar. Yo no sé cuándo morí, no sé el momento exacto en que desaparecí de todo ello. De un tiro, de pena o melancolía, de una sobredosis de imágenes, de una cosa que nunca llegué a entender, quien sabe.
No tengo conciencia de mi muerte porque de tanto verla dejé de creer en ella. Lo seguro es que en algún momento me extinguí como todos mis hermanos. No me vi tumbado ni en una montaña ni en una calle, no caí gritando consignas ni acerando un compromiso. Tal vez solo fui el sueño de alguien o el presentimiento de un perro.
Pude haber sido cualquier cosa, sin embargo viví lo más asombroso de la vida y esto es saberse vivo en cualquier sitio…”
Ricardo Palma Salamanca
No necesito cerrar los ojos para traer a mi vida al Punki, pero sí tengo que respirar profundo, tragar grandes bocanadas de aire para desacelerar el ritmo del corazón.
Se cumplen ya tres años desde que abandonó éste mundo a la 1:24 de la madrugada del 22 de mayo, en plena acción, el artefacto detona y el Punki se nos va.
No habrá nunca palabras para expresar a cabalidad todo lo que sentimos desde ese día, toda esa masa negra de sentimientos que se gestó cuando supimos la noticia. Y podría quedarme en esa frustración de no poder expresar los sentimientos, pero prefiero embarcarme en la aventura de navegar sin miedo, mirando a la cara a mis demonios. Romper el silencio y gritar su nombre una vez más. Porque siempre está aquí, porque siempre estará mientras queden personas dispuestas a nombrarlo, a evitar que un 22 de mayo transcurra como un día normal.
Recuerdo que al conocerlo lo detesté casi en el acto. Entró en mi casa con arrogancia y su corona de soberbia, sin saludar, sin detenerse siquiera a dar un “buenos días”, nada. Vestido de payaso se colgó de una barra de flexiones y ahí se quedó, para luego comentar que era muy pequeña y que él hacía unas mejores… Hasta el día de hoy creo que dijo eso porque no podía seguir flexionando los brazos de cansado y para no quedar mal ante las personas que lo acompañaban, prefería insultar al aparato.
Así es el Punki, siempre buscando una salida graciosa y divertida a una situación que lo pone en desventaja, siempre plagado de humor negro y esa risa burlona que sacaba sólo con el afán de molestar.
Alguna cosa desagradable le habré contestado yo, para bajarle un poco los humos y se terminó alejando sin decir nada más.
Ese fue nuestro primer encuentro, mostrándonos los dientes. Fue un gran comienzo, es indudable.
Con el tiempo comprendí que esa arrogancia era sólo su careta, la máscara que se ponía cuando enfrentaba algo nuevo, tenía esa actitud, tan teatral sólo para esconder que algo lo ponía nervioso o avergonzaba. O sea, era un pesado, no tiene defensa, pero no era el soberbio payaso que vi la primera vez, era más bien un payaso humilde y medio tristón.
Creo que el siguiente encuentro fue diferente, me dejó esa sensación de que el tipo era un ecléctico, que era un disparate con nobles sentimientos. Me invitaron a una “actividad” que no era más que un derroche de alcohol y música estridente, pero de pronto una especie de presentador pide un momento para presentar a un compañero que leía poesía. Nadie interrumpió ni su cerveza, ni su conversación, nadie reparo siquiera en el sujeto de camisa, abrigo, pelo al viento que agarrado del micrófono comenzaba a leer poemas.
Ese hombre era el Punki, que con voz cargada de sentimiento leía en medio del barullo de la fiesta universitaria. Él parecía abstraerse a un entorno que lo ignoraba y proseguía su lectura con la misma pasión de un inicio, luego algunos borrachos comenzaron a gritarle cosas, bromas pesadas y a burlarse de su ropa (cosa que sucedía muy a menudo).
Creo que hasta alguien fue a intentar quitarle el cuaderno de poemas, “queremos música” gritaban. Intentaron desconectarle el micrófono y claramente les importaban un carajo los pensamientos del Punki, pero él siguió leyendo no sé si en un acto de valentía o de obstinación, pero terminó su lectura y dijo: “muchas gracias”. Lo seguí con la mirada hasta que se alejó y supongo que fue la primera vez que solidaricé con él.
Para un 1° de Mayo me lo encontré todo punk cocinando y revolviendo la olla común.
Me pidió que me acercara para conversar y cuál de los dos fue más hostil con el otro,…qué risa. Me contó que estudiaba Historia y que quería llevar algunos niños a la biblioteca de la casa, para que conocieran el espacio. Yo lo debo haber mirado con extrañeza, porque nada en él me cuadraba con la primera impresión; en realidad, nada cuadraba con nada. Un punk, payaso, revolviendo una olla común, hablándome de su carrera y los niños que quería llevar, siempre rompía esquemas, se salía de cualquier molde, hasta el de él mismo.
La conversación no pudo terminar porque las fuerzas policiales cercaron la plaza y la gente comenzó a inquietarse, luego se desató una pelea y un insecto delirante intentó apuñalarme para goce y deleite de muchxs que hoy se quedan calladxs, intentando que se olvide su amistad con seres indignos, pero el tiempo no borra todo, claro está.
Costó que tuviéramos cercanía, pues éramos dos personalidades que chocaban siempre, enfrentándose, discutiendo, molestándose, siempre rebatiéndose. Pero así las cosas empezaron a fluir, cada unx aceptando la locura del otrx, la suya era peor, y eso hay que decirlo, al menos espero que en eso estemos de acuerdo, ¿o no, Punki? ¿Qué cosa me vas a discutir ahora?
Quizás fue la calle la que terminó por cimentar la confianza, encontrarnos en lugares, en marchas, en esos mítines tan necesarios pero que a la mayoría le aburren, portando lienzos, repartiendo propaganda. El Punki tenía claro la importancia de “ganarse” la calle y sabía que muchas veces había que arriesgarse e ir a meterse a las oficinas desde donde se decide el futuro de algunxs compañerxs, para que esas salas quedaran llenas de propaganda que exigía libertad y se materializara la frase de “nadie está solx”. Decirla, sin hacer absolutamente nada, no tiene validez alguna.
El Punki jamás se quedó en teorizaciones por internet o filosofando desde la casa, escondiéndose tras las palabras y sin una conexión real con la vida que transcurre afuera, siempre en una aparente “pose” de radicalidad. La radicalidad se da en la vida misma, en la ruptura permanente y total con el orden impuesto, con su cultura, su ideología, sus patrones de conducta. Mauri entendía que el terreno de acción es la vida toda y que los gestos concretos solidarios son la mejor respuesta al Poder.
Recuerdo cuando un compañero en prisión estaba en huelga de hambre, con un pequeño grupo de compas decidimos ir a meternos a un concierto a repartir propaganda y convocarlxs a una marcha que se realizaría en el centro de Santiago. Nos habían prestado un lienzo gigante, que cubría tres carriles de autos de la principal arteria de la capital, era un lienzo hermoso, pero terriblemente incomodo de llevar cuando el asunto se complicaba y había que huir.
Mauri llevaba el lienzo, en un bolsito que estaba a punto de reventarse por el peso.
Nos quedamos afuera repartiendo los panfletos y la gente comenzó a envalentonarse, a intentar entrar sin pagar, era mucha gente gritando y lanzando botellas a los pacos y nosotrxs en medio de todo, repartiendo panfletos contra la cárcel y el Estado, fue como llevar bencina a la fogata.
Los pacos huyeron y la gente parecía delirar de felicidad, saltando y gritando. Ahí estaba Mauri, en primera línea saltando con el bolso en la mano, el lienzo ya se salía y él lanzaba panfletos por los aires. Me río tanto recordándolo… el bolso había perdido una manija y el Punki parecía no prever que se caería en cualquier momento, él seguía saltando con su pelo al viento.
Arengaba consignas a la gente, unas 200 personas que comenzaron a avanzar, olvidándose del concierto y saliendo a buscar a las fuerzas de orden. Pero cuando éstas llegaron, todxs se fueron gritando despavoridxs, menos el Punki, él permaneció en su sitio, lanzando panfletos y gritando insultos a los pacos, arrastrando el bolsito o lo que quedaba de él.
Yo le gritaba desde un negocio donde tenía todos los panfletos, le gritaba que viniera, pero él ya no escuchaba, creo que ni siquiera se daba cuenta de que estaba solo. La camisa se le había abierto y era un personaje sacado de una película: su pelo mohicano al viento, arrastrando un bolso roto y la camisa abierta, mostrando el pecho al enemigo. ¡Ah! Qué daría yo por revivir ese momento.
En un momento es consciente de que lxs demás han huido, que están casi una cuadra más abajo. Gira y observa a todxs correr, los pacos están como a dos metros de él y se pone a gritar con todas sus fuerzas “¡vuelvan cobardes, enfrenten esto, vuelvan, no sean cobardes!”. Gritaba con todas sus fuerzas, levantando el puño y con una frustración enorme de que las personas que estaban con él en la calle se hubiesen ido sin más, era tanta su rabia que prefería insultarlxs a ellxs antes que a las fuerzas de orden. Me reconozco en ese gesto, sin duda, a mí me ocurre lo mismo.
Qué diría el Punki ahora, de tanta gente que simplemente siguió con su vidita o levantó discursos que en nada dañan al Poder, pues casi cuentan con su venia. Qué diría ahora de tanto puño caído y boca cerrada.
Me lo imagino escupiendo sobre quienes dejan en soledad a lxs procesadxs y sus procesos, a lxs enjuiciadxs y su juicios, a lxs que huyen y sus huidas, a lxs que se enfrentan y los golpes que reciben. Me lo imagino insultar a quienes se acomodan a “los nuevos tiempos”, no tan nuevos, de mediocridad y amnesia. Me imagino sus palabras de desprecio y eso disipa un poco la soledad de los gestos.
Ese día las fuerzas represivas continuaron su acostumbrado ritual: gas, carro lanza agua, piquetes de pacos. En la calle me encuentro con más compañerxs y buscamos al Punki. De entre el barullo se distinguía clara su voz, seguía gritando que volviera todo el mundo a enfrentar a los pacos y hacerlos huir.
Fuimos avanzando hacia él y ya estaba medio mojado, con la cara hinchada por los gases y con los pacos a un metro. Entonces, reacciona y se pone a correr hacia nosotrxs con todas sus fuerzas, pero el bolso se termina de romper y cae al suelo.
Podía ver con nitidez la cara de felicidad de los pacos en su certeza de que ya lo tenían, hasta estiraba los brazos el más gordito del piquete.
Mauri mira el bolso desecho y comprende que ese lienzo es un material casi histórico de la lucha contra la prisión, que ha vivido momentos memorables y encabezado situaciones dignas de un libro, así que se hace el ánimo y lo agarra casi volando, para reanudar la carrera. El lienzo mojado pesaba horrores, pero logró cargarlo y seguir corriendo, a la par que seguía gritando.
A mí se me llenan los ojos de lágrimas, pero de risa, de recordar ese momento como si fuera hace un instante atrás y de verlo ahí, tan delirante, tan lleno de vida y rabia, como nos reíamos después sentados en una vereda, creo que nunca dejé de molestarlo por ese incidente.
Luego nos enteramos que se habían llevado a una compita y fuimos a la comisaria a ver su situación y llevarle comida y ropa. El Punki entró haciéndose pasar por su pareja. Entró con la misma ropa mojada, rota y pasada a gas lacrimógeno y se puso a conversar con los pacos y a discutir sobre la violencia policial.
Ese es un rasgo característico en él, no se hacía problemas con hablar con nadie, podía sostener sus ideas ante quien fuera, buscando la discusión inclusive hasta con el contrario. Como cuando en una manifestación por el 4F se lo llevaron detenido y le repartió volantes a los lacayos de la comisaria, se puso a conversar de las relaciones de Poder y hasta estaba convenciendo a un paco jovencito que no era de la capital.
Ese es el Punki, el anarquista “antisocial” más sociable del mundo, en una de sus tantas e infinitas contradicciones. Si hasta podía cargarle las bolsas del mercado a cualquier viejita que lo necesitara, él se ofrecía sin más y conversaba con ella sobre el Estado y sus implicancias en la intimidad de la vida.
Saludaba a todo el barrio y era el amor de las señoras de edad, pues era atento y amable con ellas. Aun cuando muchas de ellas formaran parte de ese entorno social que valida al sistema capitalista, ya sea en su silencio o en su apoyo a los representantes de la clase dirigente. Pero el Punki no se mareaba con eso, era capaz de distinguir entre quien valida al capital en su vida cotidiana y entre quienes detentan el poder y lo ejecutan indiscriminadamente.
Recuerdo que pocas semanas antes de partir ese 22, cuidábamos unas plantas que me encantaban, las estábamos regando y Mauri suelta su botella con agua y se aleja, le pregunto qué sucede y me dice: “es que no quiero seguir, prefiero a las plantas carnívoras, ellas por lo menos hacen algo, te atacan, éstas no hacen nada y yo no respeto nada que no luche…”. Y se alejó… yo me quedé ahí sin saber si reírme o enojarme, mirando las plantas como disculpándome por la actitud tan poco amigable de Mauri.
Sin estar de acuerdo con su completa reflexión, si calé hondo la última frase, la modifico sólo un poco y la repito con fuerza: no respeto a nadie que no luche.
Hoy, a tres años de esa madrugada terrible, yo te recuerdo siempre, constantemente, defendiéndote y limpiando tu nombre, esforzándome expandir el recuerdo de como eras, como eres, por recordarte con vida y no con las imágenes que el Poder impuso sobre ti, en ese intento histórico porque lxs muertxs le pertenezcan y pueda hacer con ellxs lo que desee.
Mauri, seguirás siendo el compañero ecléctico, cargado de contradicciones, con un corazón muy noble y un humor delirante y tu risa burlona seguirá siendo la música de las mañanas. Rugiendo juntos, más allá de las diferencias.
Perteneces a la tierra, eres parte de ella, eres trueno, tormenta o lluvia, pájaro o planta carnívora, como sea eres fuerza indomable contra los designios del Poder.
Buen Viaje hermano, Buena Travesía.
Mi llamado sigue siendo a que no haya olvido, a que no haya resignación, con nada ni ante nadie.
Y mientras algunos imbéciles escriben que la solidaridad es una pesada cadena, yo paso por sobre eso, pisoteándolo y extiendo mi saludo cargado de fuerza, honor y coraje a lxs compañerxs de la venganza judicial del Caso Bombas, a los compañeros del Caso Security en estos momentos tan difíciles, a Carla e Iván que transitan por los caminos carcelarios, a Tortuga pronto a cumplirse un año de esta etapa tan dura.
A todxs lxs prisionerxs en lucha a lo largo del mundo.
En especial solidaridad y atención a los compañeros Alexis Cortés y Jorge Salazar que se enfrentan al Poder más allá de las consignas, más allá de las ideologías. Con una cifra de recompensa sobre sus cabezas y siendo rastreados por un amplio operativo policial en el sur de Chile y Argentina, ante la indiferencia de un medio que parece olvidar que es estar y vivir contra la autoridad.
Mucha fuerza a ellos y sus familias, esperando que se disipe el silencio y que los asesinos no den con ellos jamás.
Gabriela.
“…Lucho para vivir y vivo para luchar…”