[Texto repartido en la movilización de ayer (jueves 25/08) al consulado chileno en buenos aires]
En momentos álgidos de agitación social, el Estado/Capital y sus servidores (como el Partido Comunista, la Concertación y el gobierno) intentan ensayar fórmulas que apuestan hacia la desmovilización. Primero fue la criminalización lisa y llana, luego, al crecer la movilización y generar legitimidad más allá de los medios, fue necesario aceptar y mostrar como legítimas sus demandas, para pasar a criminalizar la violencia callejera.
Desde la lupa del Poder toda acción que desborde la protesta “ciudadana”, pacífica y respetuosa de las instituciones; es calificada de vandalismo, robo. Se intentó instaurar la división al interior del movimiento, generando falsas dicotomías: o violentista o no-violento, o creativo o delincuente. Luego se escucharon exigencias de plebiscitos, asambleas constituyentes y demás basura burguesa del PC. Si hay movimiento, si hay capacidad de presión ¿Qué diálogo vamos a pedir? ¿Un plebiscito para diluir nuestra capacidad organizativa?
Hoy sigue la protesta, no hay acuerdo, las bases se siguen organizando y la solidaridad con otros sectores (trabajadores portuarios, mineros, bancarios, oficinistas, familias en general) abre un universo de posibilidades. Pero parece que sí hay un acuerdo, un acuerdo entre el gobierno y los “dirigentes” del movimiento estudiantil (como Camila Vallejos del PC): “la violencia no es un recurso válido, hay que defender la democracia”.
La violencia no es el único método de lucha, pero no podemos negarla como válida, legítima y claramente efectiva. Los medios masivos (burgueses de por sí) no nos pueden marcar el terreno. Es hora de terminar con separar prácticas que son inherentes a cualquier intento de transformación de la sociedad. La ingenuidad no está en creer que se “pide lo imposible”, sino que lo posible es aquello que se logra de forma pacífica, en el congreso y respetando todos los parámetros de cómo el enemigo quiere que “luchemos”.
Todos los sujetos que se manifiestan a través de cualquier medio contra el actual sistema de educación chileno son origen y producto del mismo. Los menores de edad que se manifiestan son estudiantes y si no lo son, son desertores del sistema escolar, que seguramente no han encontrando en sus instituciones los elementos para reintegrarse a los liceos.
Otros tantos son mayores, innumerables deben ser los que nunca han pisado una universidad, precisamente porque la educación de mercado los excluye. Otros quizás, ya no son estudiantes, porque no pudieron seguir pagando y se quedaron con abultadas deudas por carreras que no pudieron terminar. Ejemplos podrán sobrar, pero lo cierto, es que hoy en Chile, bajo las condiciones que imperan hay motivos de sobra para manifestarse con todos los medios posibles. La rabia, la impotencia, la exclusión no pueden canalizarse sólo a través de “carnavales culturales” o de protestas festivas, pues el impulso natural de la frustación no está maquillado de payaso ni adornado con globos. El jueves 4 de agosto, ante la negativa del gobierno para autorizar las manifestaciones convocadas, la gente estalló. En Chile se levantaron miles de barricadas, la represión fue brutal, pero al menos sirvió para que unos pocos se atrevieran a romper con esa funesta caricatura del buen ciudadano, que respeta los conductos de la sana democracia y que se manifiesta bajo los parámetros que le permite la ley. Este movimiento necesita seguir transgrediendo límites.
¡Arriba las tomas que anulan la forma burguesa y autoritaria de enseñanza!
¡Arriba los destrozos que desgarran la rutina degradante del día a día!
En la cooperación entre pares, en la autoorganización está la belleza. Lo más violento sería volver ahora a la normalidad.
Que tiemblen los “dirigentes”, porque esto se desborda. La negociación no es una opción. Bases contra direcciones, delincuentes contra negociadores. La Anarquía entrando en acción.
Hermanos, que los saqueos a los bancos continúen, que las barricadas no se extingan, porque a la distancia, con su belleza iluminan nuestro camino y encienden nuestros corazones.
Amigos, compañeros: ¡Fuerza y cariño!